x-- I   N   T   E   N  S   A --x

O   S   C   U   R   I   D   A   D

 



¿Sabes? aún no puedo evitar esa sensación de que todo es un sueño, de que mis sentidos me engañan, porque todo es tan maravilloso, tan surreal, tan efímero, tan ligero y delicado, pero tan intenso qu me empuja con una fuerza inconmensurable, que simplemente... mi mente aún no cree que lo merezca. ¿Lo mereceré?
Éste prado, éstas flores lavanda, éste olor a tierra húmeda, las pequeñas mariposas que revolotean a nuestro alrededor, la luz tenue pero cálida del día, todo es tan familiar y tan desconocido al mismo tiempo. Y aún así tu compañía me brinda ese sentimiento de seguridad, que me trae melancolía, esa nostalgia de hogar que me hace derramar lágrimas y sin embargo ni siquiera  me esfuerzo en preguntarme el por qué.


Entre tanta alegría, caigo en un espiral de pensamiento que después de marearme, me golpea contra un muro de realidad...Esa nostalgia, esas lágrimas, esa felicidad inexplicable, son todo abrumación pura. Pero por un solo segundo lo veo todo claro, las estrellas  y el cielo se abren ante mí, y siento que lo sé todo, lo tengo todo ante mí. Por un solo segundo. La realidad es, que sí, aquella experiencia es abrumación. Aunque no abrumación por lo maravilloso de lo que tengo… Sino por la melancolía de lo que se ha perdido. 


Un dolor incesable invade mi alma, mi corazón se detiene y arranca nuevamente con la fuerza  del salvajismo. Veo como miles de escenas pasan frente a mis ojos, algunas de felicidad, otras de tristeza, momentos de una vida. Una vida que yo protagonizo, pero que no reconozco. ¿Serán premoniciones de mi futuro? ¿Serán recuerdos de una vida pasada? Sinceramente no lo sé. Pero solo pensar en ellos me trae unos altibajos emocionales tan intensos, que es como si yo mismo viviera cada una de esas situaciones. Por las cuales me aterra dormir, pero la intriga de seguir conociendo más me alcanza y me persuade, pero aún más, la necesidad de escapar de mi propia realidad me hace querer seguir yendo a ese otro mundo que se esconde en mi mente.


Nuevamente, despierto en mi habitación, desconcertado porque una vida completa que conocía a la  perfección y era tan mía como la mía propia, acaba de desvanecerse frente a mis ojos en una fracción de segundo. Y me toma unos segundos darme cuenta que he despertado en la que se supone  que es mi vida real, pero que de todas las que veo cada noche, es la que se me hace más extraña, la única que se siente ajena a mí.


En el día vagamente entiendo lo que sucede. Pero el dolor y vacío de mi pecho sigue vigente. Las voces en mi cabeza me siguen atormentando. Los demonios de mi mente siguen rogando que les dé un poco de mí para aliviar su propio dolor, pero no saben el tormento que son para mí cada día. Todo lo siento mucho más fuerte que los demás, mi mente es un arma contra mí mismo y me aterra la oscuridad que allí reside. La ansiedad me consume poco a poco.


Soy una persona normal, tan corriente como cualquier otra. Pero en el día a día vivo mi propia odisea. Un médico puede explicarte mil veces lo que es la depresión, la ansiedad y otros trastornos. Pero nada que te puedan decir se compara con la inmensidad que puedes llegar a sentir. Es tanto que ni siquiera estoy seguro de poder llegar a expresarlo con certeza. Se trata de eso, de sentir. Siento todo intensamente


Es un tormento que te persigue silenciosamente. Puedes pasar días perfectamente, incluso meses, aunque yo no tengo tanta suerte. Pero un día sin más aviso te atacan por la espalda. La ansiedad, el pánico, la depresión. En un segundo te derrumban.


Los episodios o ataques de pánico pueden ocurrir rápidamente y destrozarte sin que nadie siquiera  lo note, por eso me aterran tanto. Nadie lo ve, pero tú te estás muriendo lenta y tortuosamente. Recuerdo perfectamente bien uno de los más fuertes que he tenido, no hace mucho tiempo.


Fue una ocasión en que mis padres me enviaron lejos para encontrar una cura a aquello que ellos no aceptan de mí. Un anhelo, que yo no quería ni podría alcanzar. Pero en medio de mi decepción y absoluta resignación, no contaba con que aquella casa estaba poseída por sombras y monstruos que en mi mente habitaban. Los pasillos hicieron eco y gruñeron al sentir mi presencia. No llevaba más de una hora allí, solo con que me hablarán de lo que se trataría aquel “tratamiento” bastó para desenmascarar la oscuridad que en mi  está recluida. La gente de aquel lúgubre lugar no supo qué hacer con mi ser extremadamente corrompido y roto, así que encerraron mi cuerpo de alma ausente. Me senté a solas en la cama, en compañía del dolor, sin cerrar los ojos un solo momento durante toda la noche, llorando mientras gritaba en mi cabeza. Y durante mucho tiempo traté de mantener estos secretos dentro de mí, pero ya me he resignado, mi mente sola en sí es  como una enfermedad mental.


Sin pensar mucho y tomando terribles decisiones, en la madrugada antes de salir el sol, no aguanté más en aquel lugar y escapé sin que nadie lo notara. Caminé durante horas, estaba vacío, saltaba al menor de los sonidos y no podía soportar la persona dentro de mí. Giraba a todos los espejos que me rodeaban, buscando entre los reflejos de mi cuerpo las sombras de mi alma, que era encadenada por los monstruos.


Estoy muy familiarizado con los demonios que viven en mi cama, ellos me piden que les escriba y les deje arraigo, así nunca morirán cuando yo esté muerto. Y también crecí familiarizado con los demonios que viven en mi cabeza, aunque en diferencia a los anteriores, ellos me piden que los escriba, ya que así yo nunca moriré cuando ya esté muerto.


Aunque le temo a aquello que no comprendo, a quién más le temo es a mí mismo. Ya que aquella  oscuridad en realidad está dentro de mí. No me está atacando, está intentando salir de mi ser.  Yo soy mi peor temor. Recuerdo aquella madrugada en ese viejo hospital, todos los niños gritaban. Simplemente no puedo dejar esta horrible energía. Y en el fondo de mi pecho, en lo que aún quedaba de lo que creo ser, no podía pensar más que “maldita sea, deberías estar  asustado de mí, porque solo sé que no soy yo y en realidad quisiera saber ¿Quién soy? Soy más grande que mi cuerpo, soy más frío que esta casa, soy más cruel que mis demonios, soy más grande que mis  huesos.”


Cuando me siento abrumado, la cosa es un poco diferente.  Esto pasa un poco más seguido, todo se torna más fuerte. Puedes escuchar tu propio latir de corazón como   tambores que intentan romper tus tímpanos. Todo parece ir mucho más rápido de lo usual, tu sangre incluso  parece correr más rápido, y se sobresalta en tus venas. Puedes escuchar tu respiración penetrando en tu cabeza, y ni hablar  de los ruidos externos, que son como cuchillos que amasan un dolor punzante. Tus ojos se tornan llorosos y pierdes   incluso la capacidad de hablar. Sientes que vas más rápido que el resto del mundo y ya no puedes parar. Intentas tomar tu medicamento para que nadie note que estás extremadamente frustrado, que sientes el mundo derrumbándose frente a ti. Y luego de ello puedes sentir los químicos mezclados dentro de tu ser, reaccionando en tu cabeza, llegando justo en el momento antes de que explotes. Esto suele pasar mucho más seguido que un ataque de pánico. Cuando ello pasa simplemente intento mantenerme callado y   lejos de los demás. No quieres que nadie lo note, que nadie se te acerque y despierte lo que hay dentro de ti.


En los momentos más bajos llegas a tener pensamientos bastante delusionales. Esas voces demoníacas hablan en lo más débil de tu inconsciente y te llevan a donde la lluvia te quiera arrastrar. La lluvia y el agua siempre han tenido un significado importante para mí, me recuerdan la muerte. Para mí son personificación pura de la muerte, que te llama con su voz de ventisca inocente, pero que te quiere arrastrar a lo profundo de su reino y ahogarte en dolor hasta que se termine tu existencia.


Y no sé si es nato, no sé si se engendró poco a poco, esta oscuridad dentro de mi mente siempre  estuvo presente en mi alma. Lo que sí sé es el momento en que estalló y decidió salir por primera vez. Lo recuerdo como si aún estuviera fresco. Mi memoria sigue viva, pensando en aquella semana que destruyó mi ser desde adentro, sin que nadie lo notara…


D O M I N G O :
Todo empezó un día lluvioso de agosto. He hablado incontables veces de una persona que amé como a  más nadie. Pero nunca he contado la verdadera historia de lo que sucedió. Siempre que habloo cambio la historia, como si aún estuviera aquí, para evitarle a mi cuerpo el dolor que me causa. Han pasado dos años y aún no he sido capaz de hablar con alguien sobre lo que realmente sucedió. Soy incapaz siquiera decir su nombre, aquí le llamaré S.


Esa tarde, llena de lluvia que presagiaba la tragedia, decidimos salir a dar un paseo. Aunque no estábamos juntos a diario, era como si así fuera. Su presencia alegraba mis días, su sonrisa dibujaba la mía. Al caer la noche, fuimos a mi casa, allí mamá nos sirvió la cena, y compartimos todos juntos. Por un solo segundo pude ver el cuadro de la familia que anhelaba, con la persona que amaba, todos juntos.


Pero ese cuadro se desvaneció cuando al terminar la cena, recibió una llamada. Era su padre, diciendo que fuera rápidamente a casa, la voz llorosa dejaba entrever el gran dolor que sentía. Yo quise acompañarle pero no pude hacer más que llamar un taxi para ir al hospital, donde su padre esperaba.


Doña Gabriela Rioja de Castillo, una mujer que llegué a conocer y a querer como a mi propia madre. Estoy seguro que si hubiera sabido del amor que nos profesábamos S y yo, habría sido la primera en apoyarnos. Pero supongo que eso nunca lo sabré. 

S llegó sollozando al hospital, habló con su padre, Felipe Castillo, un hombre que recuerdo bastantereservado y que emanaba un aura de fuerza que impregnaba todo a su paso. Él estaba allí con Laura, la hermana menor de S, unos años menor que yo. Recuerdo vívidamente cuidarla y pasar largas tardes jugando con ella.


Doña Gabriela, madre de S, había sido atacada desde hacía ya un largo tiempo por un agresivo cáncer de estómago. Esa tarde lluviosa de domingo finalmente había hecho metástasis, S apenas y pudo verla para decirle cuánto la amaba, antes de su partida.


L U N E S :
Al día siguiente, fui a ver a S después de clases. El señor Felipe se había recluido en su habitación a sufrir por el amor perdido de toda una vida. Laura estaba con sus abuelos y S, estaba en un profundo trance, lleno de un dolor tan profundo, que en los tres años que llevábamos juntos, nunca le había visto tan mal. Estaba en un estado anti parabólico, no comió nada en todo el día, había estado llorando tanto que sus ojos parecían sangrar. Y pude llegar a notar cortes frescos en sus brazos, seguramente de la noche anterior.


Aquellos brazos tan puros que me daban seguridad habían sido mancillados por su sufrimiento. Yo intenté ayudarle, de verdad intente intensamente que mi amor y cariño llegaran al centro de su alma, pero su vacío y dolor eran mucho más fuertes.


Ya entrada la noche, logré que finalmente comiera algo. Así mismo, le bañé y vestí, y después de que llorara casi dos horas en mi hombro, logré que durmiera. Al volver a mi casa no dormí en toda la noche. El ver un ser tan radiante destrozado de esa manera me perturbaba profundamente. No soportaba ver a la persona que amaba sufrir tanto. 


M A R T E S:
Nuevo día. Intenté que saliera de su habitación y asistiera a clases, pero no tenía mucho éxito. Me pidió que le dejara descansar, me rogó con esos ojos azules que partían mi corazón, y su rostro demacrado que me hacía querer romper en llanto, combinados delicadamente con su cabellera de un color negro oscuro. Después de un largo rato pidiendo que saliera, logré que me acompañara. Llegamos bastante tarde, más o menos a eso de las ocho de la mañana, a aquel inmenso colegio que en algún momento adoré. Pero en el cual hoy no podría poner un solo pie en él. Solo pensar en volver me llena de escalofríos que me recorren de pies a cabeza.


Hablar y pensar en S me hace revivir aquellos momentos, recordar el calor de su piel, la suavidad de su cuello y la delicadeza de sus manos, la seguridad que me generaba recostarme en su pecho y escuchar sus latidos resonar en mi cabeza. Era de esas personas que sientes que no son reales, ellas que nos acompañan como si vinieran de alguna otra realidad. Que no comprendes a ciencia cierta cómo llegan hasta ti.  De esas personas que sientes que la necesitas más de lo que la quieres. Me hace querer volver a verla, me hace pensar que nunca se fue y que podría ver cualquier día. Ojalá y fuera así.


Esa mañana tuve que explicar la situación tantas veces y a tantas personas que estaba seguro que golpearía a  la próxima persona que preguntara sobre la situación de Sam. 


Sam, ¿puedo volver a pronunciar ese apodo?, esa pequeña palabra desmiembra y desgarra cada fibra de mi maltratado corazón. Hice y habría hecho y dado todo por Sam.


Y así lo intenté siempre. Un par de compañeros quisieron intentar acercarse y molestar un rato, yo les pedí que se fueran. Pero insistían. Nos insultaron y acosaron. Realmente pensé que Sam tendría mucha ira, pero fui yo quien no se contuvo cuando hablaron de su madre.


Nunca había ni he sentido tanta rabia, ira e impotencia como en ese momento. La fuerza que tenía en mí es más de la que podría llegar alguna vez a imaginar. Le solté un puño en el rostro a uno de ellos, con tanto salvajismo e instinto que escapó de mi ser, que lo estampó contra el suelo. Sam no creía lo que yo había hecho, le tomó por sorpresa. Nunca he sido del tipo que se deja llevar por impulsos. Impulso ante el cual el otro de ellos respondió frenéticamente contra mí, en un forcejeó en el cual terminó empujándome por un barranco.


Sam, al ver que me había lastimado, tomó un trozo de tubo de una malla que había en el suelo y lo golpeó con toda la fuerza e intensidad, que le terminó volando un diente y rompiendo su nariz. Agresión por la cual le habrían expulsado del colegio la semana siguiente, si tan solo hubiera llegado a ella.


Luego tuvimos que ir a urgencias, pues al caer por el barranco me había enredado en la misma malla de alambre de la que Sam tomó el trozo de tubo, por lo cual tuvieron que tomarme catorce puntos en la pierna izquierda. Hoy, al ver esa inmensa cicatriz solo puedo pensar en sus ojitos azules llorosos mirándome en el taxi camino al hospital, sintiendo culpa de que me hubiera pasado algo por protegerle.


Esa misma culpa fue la que le llevó a pensar que era mala influencia para mí, que yo estaba arruinando mi vida gracias a que estábamos juntos.


M I É R C O L E S :
Ese pensamiento me lo manifestó la mañana siguiente, al intentar romper conmigo, después de enterarse que mi mamá me había dado el peor regaño de mi vida por la primera y única pelea en la que he estado. Pero no se lo permití. Su madre ya no estaba, Lau estaba lejos y el señor Felipe se había alejado de todo y todos. No le permitiría quedarse en soledad. 


Esa única tarde soleada la gasté toda hablando, jugando, intentando que volviera a la realidad. Sacarle del dolor en que se había sumergido. Lo único que en algún momento nos llegó a interrumpir fue el señor Felipe, quien por primera vez en días salió de su habitación, pero no nos determinó en absoluto, pasó directamente hacía la calle sin pronunciar palabra alguna.


Pero según lo que Sam me contaría al día siguiente, Felipe volvió ya entrada la madrugada, tan borracho que a día de hoy no recuerda nada de lo que sucedió esa noche. Pero el destrozado cuerpo de mi pobre Sam sería evidencia de lo que pasó.


Felipe afirmaba en medio del alcohol que Gabriela había muerto por culpa de Sam. Insultó, golpeó y maltrató tanto, y Sam seguía sin hacer más que llorar mientras su propio padre le destruía. Felipe dijo que el peso de una persona problemática, desarraigada, fracasada, que no tenía futuro y que la hacía preocuparse cada día había terminado por matar a Gabriela. Nuevamente Sam solo lloraba sin pronunciar palabra alguna.


J U E V E S:
Aquel día pensé que las cosas empezaban a mejorar. Cuando fui a casa para llevarle al colegio, ya estaba fuera. Esperaba pacientemente bajo el umbral de la puerta, en aquella mañana lluviosa. Se veía tan pacíficamente, con su rostro sonriente, incluso parecía feliz. Llegué a pensar que era la sonrisa de una persona luchando por sí misma. Por su bienestar. Probablemente así era, pero su lucha no fue suficiente. Era la calma antes de la tormenta.


Hablamos todo el camino al colegio, la lluvia tormentosa y la pequeñez de la sombrilla nos obligaba a permanecer cerca. El solo recordar esos pequeños momentos me hace romper en llanto. Hasta que por un instante un pensamiento viene a mí. Esos mismos momentos que yo veía con tanta ternura y cariño, en los que yo estaba tan feliz y emocionado, tan feliz de que realmente empezábamos a salir de ese oscuro bache; son los mismos en los que probablemente Sam sufría más, escondiendo y disfrazando su dolor, rompiéndose en pedazos internamente con una tranquila sonrisa que se dibujaba hermosa en su rostro. 


Estando en más o menos la cuarta hora de clase, en esa química que yo odiaba, pero que Sam sabía explicarme tan bien; recibió una llamada de sus abuelos…


Laura había estado algo enferma desde hacía unos meses, y ya se había planteado la idea de lo peor,  pero el cuándo y cómo nunca lo tuvimos en cuenta. En aquel momento de pérdida y dolor, en esa mañana que el destino parecía finalmente llevarnos por otro camino, en esa mañana, a la pequeña Laurita le habían diagnosticado cáncer de seno. Las dos horas restantes de clase Sam las pasó llorando, nuevamente en ese estado de vacío mental en el que no reaccionaba a nada, su mente estaba totalmente perdida de la realidad y nada que yo hiciera parecía ayudar. 


Al salir de clase, fuimos a su casa. Tuve que llamar a mamá, que ya estaba cansada de mi constante ausencia en la casa. Ella no comprendía la importancia que Sam tenía para mí, pues ella nunca llegó a saber de nuestra relación. A Sam tuve que prácticamente arrastrarlo dentro. Siempre amé esa casa, de diseño señorial y techos realmente altos, con aquellos jardines que me hacían volar a mis pensamientos. Y el mariposa rio de la señora Gabriela, aquello es lo que más amaba de ese lugar. 


Apenas entramos, Felipe nos vio y salió del lugar con los ojos inundados en lágrimas. Los abuelos de Sam, unas personasmuy formales, Don Mariano Rioja y la señora Rita Valencia, siempre fueron muy amables conmigo y aunque tampoco sabíande lo nuestro, me brindaban cariño como si fuera un nieto más. Ellos nos explicaron el procedimiento y tratamiento que Laura empezaría en unas semanas. Sam seguía fuera de esta realidad.


Unas horas más tarde, los abuelos se marcharon. Sam ya se había calmado y poseía un poco más de humanidad, aunque la expresión muerta de su rostro y la frialdad en su mirada aún me aterraban. Le di de comer y empecé juguetear y molestarle, hasta que finalmente soltó una risa. 


La temperatura del ambiente bajó súbitamente, pero la nuestra subía igual de rápido. La tristeza y nostalgia del momento, la vulnerabilidad del ser desnudo nos llevó en busca del otro. En busca de la pasión, del amor en el otro. Y ahora que lo pienso, probablemente, estaba buscando en mí la vida que le hacía tanta falta. 


Nuestros cuerpos unidos, dos almas conectadas en un solo ser. Aquella tarde de lluvia torrencial fue la última en que pudimos estar juntos, ser y existir juntos. Llegada la noche, y ya con ropa, aún estábamos acurrucados en la fragilidad del momento cuando llegó Felipe. Nos encontró juntos y  estremeció inmediatamente. Estaba tan borracho nuevamente, que al recordar esa noche, puedo llegar sentir el olor a alcohol impregnado en mi nariz. Me sacó inmediatamente de la casa.


V I E R N E S ;


Esa mañana, de la que aún recuerdo el olor a tierra húmeda al amanecer, salí temprano a casa de Sam. Nadie abrió. Después de un rato de esperar afuera, Felipe sin tener mucha conciencia atendió la puerta. Nuevamente no recordaba nada de lo que había sucedido. Al parecer regañó a Sam, discutieron y él terminó escapándose  de casa en la madrugada. Me preguntó qué habrá sentido. ¿Sería lo mismo que sentí yo al escapar del viejo hospital en aquella madrugada? Fueron momentos duros, sí, pero también sentí una libertad que no pensé que existiera. Al darle vueltas a ello quisiera pensar que se sentía bien con su decisión, que se sentía libre, lo imagino corriendo por la calle, en medio de la fuerte lluvia, al ritmo de sus viejos audífonos y en ellos  the scientist de coldplay de fondo. Es una escena ¿linda? Ojalá hubiera terminado así de bien. Pero no.


Gasté toda la mañana buscándolo, parques, cafeterías, escuelas, hospitales, lugares que yo sabía que conocía, pero en ninguno de ellos lo encontré. Más tarde supe por qué. Y aunque en el momento no, algo muy dentro de mí sabía lo que había sucedido, tenía pleno conocimiento de cómo había sucedido, como si  lo hubiera presenciado con mis propios ojos; pero yo no quería creerlo, no quería que mi corazón tuviera razón. Pero así era. No encontré a Sam en ninguno de los lugares a los que fui, porque lo único quequedaba de él en este mundo, su cuerpo, estaba en la morgue.


No salió en las noticias importantes, más allá que en algunos diarios amarillistas como un artículo más del día. Pero para mí, lo que se había ido era mi mundo, era mi vida entera. Y después de los años, aún no lleno ese vacío. Recuerdo a veces ese día, y me suelto en llanto como si acabara de enterarme.


Sam, se había suicidado a más o menos eso de las tres y media de la madrugada, al arrullo de la lluvia.                        
Dios mío, le temo tanto a la lluvia, majestuosa gigante que con su demoniaca voz viene y arrebata las almas con pensamientos de muerte y desdicha, hasta que los seduce por completo y están listos para irse. 
Sólo buscas llevarte más desdichados a tu reino, pero ¿no ves acaso cuánto me has hecho sufrir con tus arrebatos? La lluvia ha estado cerca de seducirme a mí también en variadas ocasiones, pero de alguna manera siempre he logrado salir de sus trampas, aunque me arrepienta de ello. Sé perfectamente que cuando llegue el momento de mi muerte, allí estará la lluvia presente, lista y digna para llevarme a reunirme con Sam.

Pero por el momento, cada vez que escucho tormentas en la madrugada, puedo ver en mi mente a Sam corriendo fuera de su casa, cruzando la calle, intento gritar para que no siga, él tan solo me ve, sonríe y sigue adelante. He llorado tanto tiempo su muerte, porque no pude hacer nada para evitarla, no pude aliviar su dolor, pero sé que le brindé felicidad y amor, que tanto le faltaban. 


Recuerdo perfectamente sus últimas palabras hacía mí, el jueves antes de que Felipe me echara de su casa,  
“Todo estará bien, te lo prometo. Estaré bien, y sé que tú también. Te amo. Nos veremos después.” 
Son palabras que aún resuenan en mis pensamientos y que recuerdo con mucho fervor.


Escribiría más a detalle sobre el sábado y domingos siguientes, pero no quiero manchar el nombre de Samuel, mi querido Sam, no quiero volver a recordar el dolor de esos dos días, de esas semanas, de esos meses, el dolor de estos dos años que han pasado. Fueron días que siempre recordaré, pero que están llenos de culpas, de desdicha, de sufrimiento. Y soy de los que prefieren recordar lo mejor de cada cosa. 


Por eso resalto por encima de todo, la maravillosa persona que él fue. Siempre estará conmigo. Y en mis sueños fantásticos de otras vidas, puedo verlo y sentir aquello que con él sentí. Y aunque a veces me siento solo, aunque a veces quiero buscar otras personas, nadie me puede hacer sentir aquello que perdí. Nadie llena eso. 


A veces me despierto con esa constante abrumación al haber sentido lo mismo, en sueños de otros mundos. Pero no es abrumación por lo maravilloso de lo que tengo… Sino por la melancolía de lo que se ha perdido.


La vida siempre sube, baja, cambia, nos quita, nos da. La vida es oscura, pero eso no es malo. Es la oscuridad de no saber qué nos aguarda, qué vendrá ahora. Siempre vivimos en esa intensa oscuridad.


x---FIN---x

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